sábado, 8 de julio de 2017

CUENTOS PARA PENSAR

San Mateo 11, 25-30: “Soy manso y humilde de corazón”
El pequeño Rosendo, sentado en la orilla de la banqueta, contempla con tristeza la parvada de chiquillos alocados que corren tras un balón que se les escapa. A fuerza de golpes y burlas ha aprendido que no es igual que los demás niños y se ha resignado a ser aceptado a medias, cuando hay alguna necesidad grave, que no se completa el equipo, que alguien ya se cansó o simplemente porque alguien se compadeció de él. “El gordito” es objeto del bullying de niños y niñas por igual. 
A nadie le ha preocupado cuál es la causa de su debilidad escondida en un cuerpecito deforme. A más aislamiento, más compulsión, menos ejercicio, más tristeza y más problemas. 
La sociedad es implacable: destruye y aísla. Al débil y pequeño lo hunde en su debilidad y se va creciendo con resentimientos, con complejos y con tristeza.
“En este mundo no hay lugar para los débiles”, es una máxima aprendida a sangre y fuego, a dolor y experiencia por muchos de los niños y jóvenes de nuestros tiempos. 
Estamos en la ley de la selva o del asfalto: el grande se come al pequeño, el fuerte somete al débil y todos buscan sacar provecho del otro. ¿No es cierto que las naciones poderosas explotan los recursos de las naciones pobres? ¿No es verdad que las grandes empresas se van comiendo a las pequeñas hasta dejarlas en la ruina? Lo mismo sucede en los pueblos y en las familias. El hombre fuerte, el insensible, el que aplasta, aparece como modelo de juventud. 

Jesús, en su Evangelio, va contra corriente y parece descontrolarnos con sus frases profundas y cuestionantes: “gracias… por la gente sencilla… aprended  de Mí que soy manso y humilde de corazón”. 

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