I.-
UNA CAÑA EN EL CAÑAVERAL
Yo
era sólo una caña.
Había
crecido como las demás en el ambiente húmedo y apacible de la orilla del río.
Pero
mi vida no tenía mucho sentido.
No
era ni árbol frutal que alimentara a pájaros y niños, ni rosal que llenara de
color y aromas los altares y las novias.
Sólo
una caña hueca a menudo agitada por el viento, confundiendo la vida con el
movimiento, aunque a veces… sonaba en mí como música la brisa.
Alguna
vez… sentí envidia y me puse a soñar, cuando se acercaba al río el pescador y
yo quería ser su caña de pescar.
Pero
yo sólo era una caña vacía, sin fruto y sin futuro, en el cañaveral.
Un
día de verano se acercó el joven pastor hasta la orilla entre silbos y
cantares.
Y
me tomó en su mano, y, arrancándome del lodo y el aburrimiento, me llevó a la
sombra de la encina, donde las ovejas descansaban.
Me
acarició limpiándome el barro adherido y con su navaja de partir el pan fue
haciéndome a su medida, cortándome lo sobrante, puliendo lo tosco y desabrido,
abriéndome agujeros, vaciando mi vacío, dejándome yo hacer al tacto de sus
dedos, sin ya no poner reparos, sin miedos, ni recelos.
Y
me probó en su boca dándome el primer beso verdadero, y para hacerme a sus
labios, me fue recortando en un extremo, probando y volviendo a probar mi
ajustamiento.
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