Día mundial de la paz.
Tal vez
sea una de las carencias que más afecta al ser humano de hoy, porque la
ausencia de paz es la prueba palpable de una falta de humanidad a todos los
niveles. Ahora bien, la reflexión que hacemos no puede quedarse en aspavientos
y quejas sobre lo mal que está el mundo. No podemos descubrir lo que significa
la paz, hablando de guerras y conflictos.
No son las contiendas internacionales, por muy
dañinas que sean, las que impiden a los seres humanos alcanzar su plenitud. Los
grandes conflictos internacionales los originamos nosotros con nuestras riñas y
querellas individuales. Si no hay paz a escala mundial, la culpa la tengo yo,
que lucho a brazo partido por imponerme a los que están a mi alrededor. El
egoísmo que impide la armonía en nuestras relaciones personales es el causante
de las más feroces guerras a todos los niveles.
La paz no es una realidad que podamos buscar con
un candil. La paz será siempre la consecuencia de unas
relaciones verdaderamente humanas entre nosotros. Si no existe una auténtica
calidad humana no puede haber una verdadera paz, ni entre las personas ni entre
las naciones.
El primer paso en la búsqueda de la paz, tengo
que darlo yo caminando hacia mi interior. Si no he conseguido una armonía
interior; si no descubro mi verdadero ser y lo asumo como la realidad
fundamental en mí, ni tendré paz ni la puedo llevar a los demás. Este proceso
de maduración personal es el fundamento de toda verdadera paz. Pero es también
lo más difícil. Una auténtica paz interior se reflejaría en todas nuestras
relaciones humanas, comenzando por las familiares y terminando por las
internacionales.
¡Si recuperásemos el shalom judío!. Nuestra
palabra “paz” tiene connotaciones exclusivamente negativas: ausencia de guerra,
ausencia de conflictos, etc. Pero el shalom se refiere a realidades positivas.
Decir shalom significaría un deseo de que Dios te conceda todo lo que necesitas
para ser auténticamente tú, incluida la misma presencia de Dios en ti.
El ser humano auténtico es el que ha superado el
egoísmo, es decir, ha dejado de pretender que todo, personas y cosas, giren en
torno a él.
Aprender a amar, preocuparse de los demás, entrar en armonía, no
sólo con los demás sino con toda la creación es la auténtica preparación para
la paz.
El que ama no pelea por nada ni pretende nada de los demás, sino que
está encantado de que todos saquen provecho de él.
¿Con cuántos contamos para amar así, para construir la paz? Es lo que hizo Jesús, y nos decimos sus amigos = cristianos.